«La apuesta que debemos hacer desde la empresa colombiana, es adoptar un modelo de transferencia de conocimiento y tecnología que formule o reformule la estrategia de la empresa, y que le permita acercarse a un estado más competitivo en el mercado local e internacional.»
Iniciando el segundo semestre de 2019, juiciosamente las empresas en Colombia comenzaban su proceso de presupuestos para el 2020, basados en su visión y estrategia (los que la tuvieran), contemplando las variables del mercado que usualmente lo enmarcaban, nadie sabía que íbamos a despertar en un 2020 lleno de incertidumbres y con una de las peores crisis en la historia mundial. A la hora de preguntarnos, que haremos mañana, con empresas en una difícil situación y un ciclo de consumo roto que tomará meses en recuperarse y estabilizarse, queda seguir remando y pensar que ya la humanidad había ya sobrepasado crisis como éstas y que seguro de esta saldremos a flote.
Como cualquier problema, esta crisis nos deja lecciones aprendidas sobre cómo afrontar, prevenir y sí, reducir los riesgos e impactos cuando llegue a suceder de nuevo, algo parecido a lo que estamos viviendo. Pero hablando de lecciones aprendidas, una de ellas es entender que debemos desde ya, preparar nuestras empresas para que generen conocimiento de alta calidad que permita rápidamente una adaptación a los cambios del futuro o los “nuevos normales” que vengan.
Hoy nos despertamos y nos damos cuenta que depender del conocimiento de otros nos pone en una desventaja clara, que en situaciones como ésta crisis, juega un papel clave en la dinamización del aparato productivo local. Entonces, el problema que encontramos repetitivamente es que está de moda en cualquier negocio o empresa en Colombia la palabra “innovación” o la más nueva “reinventarse”, que surge como una necesidad implícita para ser competitivos en un mercado que cada vez es más complejo; o simplemente como una iniciativa de emprendimiento, o más grave, sobrevivir y no cerrar, donde se formula el desarrollo de un producto específico y se plantea su respectivo modelo de negocio, pero aún no se cuenta con el conocimiento y la madurez para afrontar los cambios que requiere la innovación o mejor, salir de una crisis como la que nos está afectando.
En Colombia, el 99.5% de las empresas son Mipymes (Asobancaria, 2017), lo que las constituye en un motor importante de la economía del país, aunque se ha identificado que al haber un crecimiento en la creación de nuevas empresas, existe una tasa de supervivencia del 29.7% de los nuevos emprendimientos (máximo dos años), sin contar aun el cierre de las empresas por la crisis. Algunas de las variables por las cuales las empresas cierran operaciones, tienen que ver con la falta de conocimiento, tecnología, manejo financiero, entre otros, esto según el IDC 2017, y aunque existen hoy muchas entidades que buscan promover la competitividad e innovación en las empresas, la decisión de querer desarrollar competencias e iniciar un proceso de innovación, depende 100% de las iniciativas de la empresa, del emprendedor, del dueño, socios y/o de la junta directiva (esta última, que en muchos casos no existe en las empresas).
Se debe entender que la historia del desarrollo empresarial colombiano, ha sido el principal promotor de las conductas empresariales actuales, que a través del tiempo no han podido cambiar al ritmo del que mercado local e internacional lo hace.
El modelo Cepalino
Fue una estrategia de La Cepal en los 50s, conocido también como la Teoría Estructural Dependentista, con una activa participación del gobierno en el desarrollo de esta estrategia. Colombia, al igual que el resto de los países Latinoamericanos, adoptó el modelo Cepalino durante 25 años aproximadamente, desde 1948, que bloqueaba las importaciones con listas de productos prohibidos para importar, así como aranceles excesivos, incentivando el desarrollo industrial local, el fortalecimiento empresarial, el desarrollo social y el mejoramiento de la pobreza. El efecto conseguido con esta estrategia, produjo que el mercado se acostumbrara a un consumo ofrecido por las empresas locales, protegidas por un sistema que bloqueaba las posibilidades de conocer nuevas tecnologías y mercados extranjeros, y por ende nuevas competencias.
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Las organizaciones se acostumbraron a una posición muy cómoda, donde no tenían que mejorar, innovar o pensar en lo que venía nuevo del mercado, solo a vender lo que producían y ser eficientes en costos, incluso con maquinaria de tecnología obsoleta, sin haber hecho un estudio de planificación adecuado del futuro del mercado. Este tipo de comportamiento, llevó a que culturalmente se acostumbraran a tener una manera cerrada de manejar sus empresas, al posicionarse éste como el único escenario de crecimiento y sostenimiento, lo que cada vez generaba un mayor desconocimiento de la posición relativa entre las empresas y su competencia local e internacional.
En resumen, el modelo Cepalino, después de promover la industrialización, debía migrar y permitir un desarrollo constante y evolutivo de conocimiento y tecnología, para afrontar en los noventas una política de crecimiento económico, en la que las organizaciones pudieran implementar cambios en sus estrategias y procesos, en respuesta al cambio constante del mercado, pero como continuaron con este modelo, solo se podían ver desventajas, como:
- Baja competitividad
- Solo acceder a un mercado nacional y pobre, además protegido
- Producción pequeña y pobre
- Legislación nacional con restricciones a las importaciones y exportaciones.
- Baja eficiencia
- Baja o nula innovación
- Baja o nula I+D
- Prevención al cambio
- Dirigencia y personal en zona de comodidad
- Certidumbre (el mercado local lo manejaban ellos mismos, sin crear redes empresariales ni competitivas que sostuvieran el fortalecimiento del sistema de valor en el mercado)
Con todo este escenario en juego, Colombia se ha estado enfrentando a una carrera acelerada para lograr una transformación empresarial que permita estar al nivel competitivo internacional, y poder mejorar indicadores económicos, sociales y culturales. Hoy vemos, con ésta crisis, que las grandes empresas cuentan con una estructura y capacidad para adelantar cambios y lograr invertir en cambios acelerados, pero donde debemos enfocarnos es en las PYMES, que aún no logran adoptar una celeridad en el cambio, tocándoles más duro hoy, pues deben sobrevivir, crecer y adaptarse.
Por eso, la apuesta que debemos hacer desde la empresa colombiana, es adoptar un modelo de transferencia de conocimiento y tecnología que formule o reformule la estrategia de la empresa, y que le permita acercarse a un estado más competitivo en el mercado local e internacional, apoyándonos también, en las herramientas que ha ido construyendo el gobierno.
En éste modelo que adapté, desarrollé y he puesto en práctica hace unos años, debe ser interpretado por la junta directiva de la organización PYME, como un habilitador de su estrategia, donde la transferencia de conocimiento, le permitirá dar las bases a su estrategia para competir en los mercados globales, esto es que la empresa debe implementar un plan de transferencia, sugerido así:
- Entender su mercado y las variaciones del mercado: Mirar tanto el mercado local, como internacional cercano y lejano (FODA, PESTEL, etc.).
- Leer las tendencias tecnológicas y hábitos de consumo: de su mercado u otros afines (Estudios de Mercado, prácticas en otros países, etc.)
- Identificar las capacidades de conocimiento y tecnológicas: actuales y necesarias para crecer y estar a la vanguardia.
- Definir el proceso de transferencia necesario:
– Iniciación
– Alianzas
– Adquisición: puede caber la posibilidad que la empresa deba permitir la entrada de otra empresa como socio, con el ánimo de habilitar la transferencia acelerada.
– Transformación
– Asimilación - Proponer la estrategia con las capacidades adquiridas: (no proponer la estrategia para ver que capacidades deben tener, pues retrasaría la adopción del cambio).
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