«Debemos ser conscientes de lo que amamos hacer y lo que el mundo necesita, así aparecerá la misión, pero a su vez si tenemos la claridad respecto a eso que el mundo necesita y por lo que pueden estar dispuestos a pagar, le brindará vocación a nuestra labor.»
¿Por convicción o por obligación?, ¿Qué nos llevó, nos lleva y nos llevará realmente a querer emprender la misión meteórica de crear empresa?, más aún en contextos que suelen ser bastante hostiles y ambientes que no precisamente son los más estimulantes para considerar con propiedad la idea de crearla, en perspectiva todo un reto de imposibilidades, pero contradictoriamente es ahí donde surgen todas las posibilidades.
Los que nos resolvimos a emprender, y no solo como consecuencia de la pandemia, sino de un hábito que hemos tenido que adoptar como adjetivo implícito en nuestro buen hacer como empresarios, ha sido el desaprender una y otra vez, para aprender a romper paradigmas, abandonando teorías, revaluando las realidades de nuestro entorno, para comprender que la constante de nuestros negocios más allá de lo que dicta el nicho que atendemos, es la permanente búsqueda de la mejora continua, para sabernos adaptar a todas las condiciones favorables o adversas, a través de productos y servicios que una vez “presentados en sociedad”, tengan una verdadera función, misión, razón y emoción, si queremos sobrevivir; bien lo decía Darwin: “No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que responde mejor al cambio”…
…Y esa es la verdadera evolución empresarial, muchas veces e idealmente consecuencia de la convicción, sin embargo, otras tantas veces resultado de la obligación por las circunstancias, para la muestra “el botón del último año y medio” que nos ha llevado a ser más terrenales que nunca, apreciando desde la vulnerabilidad nuestro PyG, destacando qué tanto sabemos planificar resaltando las acciones preventivas, y qué tanto sabemos actuar encontrando las acciones correctivas, mostrando así que las premisas de planificar, hacer, verificar y actuar son más determinantes que nunca si queremos avanzar en esta nueva etapa de vida empresarial, conviviendo con variables biológicas no consideradas en ningún DOFA hasta hace muy poco.
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Por eso, tiempos de tanta crudeza hacen oportuno un alto para tomar el suficiente impulso y reflexionar sobre lo bueno, lo malo y lo feo, como aquel título western, que nos pone aún más en contexto bajo la rudeza económica a la cual nos estamos enfrentando, y si queremos contar con las “mejores armas” para enfrentarla, es prudente y necesario definir un propósito.
Para darnos a esa noble búsqueda, primero debemos ser conscientes de lo que amamos hacer y lo que el mundo necesita, así aparecerá la misión, pero a su vez si tenemos la claridad respecto a eso que el mundo necesita y por lo que pueden estar dispuestos a pagar, le brindará vocación a nuestra labor, aún más, si sabemos por lo que nos pueden pagar y contamos con el talento para responder a ello, definirá mejor nuestra profesión, y si dicho talento se suma a lo que amamos hacer, despertará nuestra pasión, que junto a misión, vocación y profesión, le dará forma a un propósito y con este, foco hacia lo que buscamos y queremos consolidar como empresa.
Estamos en un mundo de formas y al tener claridad de lo que somos como empresa, tendremos pertinencia para comunicar lo que tenemos para brindarle a la sociedad, y más en “tiempos de cólera” donde luchamos con el pesimismo, la austeridad, el escepticismo, lo cual nos debe llevar a preguntarnos si ¿estamos para influenciar o para inspirar? Aunque parezcan muy similares, son totalmente lejanas y nos ponen en orillas muy distintas.
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