«Así como existe la aerofobia, se puede decir que existe la e-fobia, el temor al mundo digital, no por los riesgos que representa, sino por el hecho de ser desconocido.»
Desde hace semanas, no hay un solo día que no leamos, veamos o escuchemos algo relacionado con el COVID-19. La pandemia, causada por el Coronavirus SARS-CoV2, es tema del día en todas las reuniones sociales, familiares y corporativas (virtuales y físicas, porque las hay) y aunque las consecuencias negativas de la crisis generada por este virus son evidentes, hay algunos, o tal vez muchos, efectos positivos que serán de gran utilidad para la vida diaria, una vez terminen las medidas de confinamiento; uno de ellos es perder el temor a volar alrededor del mundo digital.
El número de personas que ha hecho compras de productos en línea por primera vez (mis padres, uno de ellos) ha aumentado significativamente desde el inicio del aislamiento preventivo, solo en marzo y abril en el portal de Mercado Libre, la compañía de comercio electrónico más grande de América Latina, se registraron 5 millones de usuarios nuevos, con un crecimiento del 45% en comparación con el mismo periodo de 2019. Este dato es una muestra de cómo la pandemia ha obligado a los consumidores a entrar al comercio digital, ante la dificultad de acceder a los canales de venta tradicionales.
Si bien el crecimiento es considerable, el comercio electrónico en la región aún tiene un peso relativamente pequeño sobre el total, con una participación entre el 3% y el 4%. A nivel mundial, esta participación es casi tres veces mayor, pues casi el 13% del total de las ventas a consumidores finales se realizan a través de Internet. Para lograr la consolidación del comercio electrónico, es necesario expandir el acceso a Internet a un mayor porcentaje de la población, aunque es igual (o aún más) importante vencer la barrera cultural del temor a lo desconocido.
El principal obstáculo al crecimiento del comercio electrónico en la región es la desconfianza, generada por el temor a lo desconocido, a aquello que preferimos no conocer o no entender, y que nos restringe la oportunidad de experimentar cosas nuevas. Ese temor, muchas veces infundado por lo que nos han contado o hemos oído de los demás, que no sabemos con certeza por qué pasó, es una tendencia natural a pensar que, como dice la Ley de Murphy, si algo puede salir mal, seguramente saldrá mal.
El aislamiento preventivo nos ha permitido alejarnos de esa sensación de temor al hacer compras en línea por necesidad. Nos hemos dado cuenta que hacerlo no era tan difícil ni tan peligroso como creíamos, que los mitos alrededor del comercio electrónico se pueden materializar, pero con una probabilidad mucho más baja a la que imaginábamos, y que, si hay algún inconveniente con la compra, los vendedores ofrecerán una solución.
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¿Hay problemas con las compras en línea?
Claro que sí, tal como las hay en el comercio físico, porque la esencia del comercio es la misma: comprar y vender productos y una actividad como esa siempre tendrá satisfacciones e insatisfacciones en ambas partes. Existen diferentes tipos de temores y fobias que las padecen millones de personas y que en muchos casos no tienen una explicación o justificación aparente; Yo, por ejemplo, padecía de una de ellas: la aerofobia, término con el que se conoce el temor a volar. Sin poder entender ni mucho menos explicar mi temor a los aviones, decidí buscar la forma de vencerlo y tener la oportunidad de sacarle provecho.
Después de varios viajes en avión, entendí que lo mejor que podía hacer era informarme acerca de su funcionamiento y conocer las probabilidades reales de que algo saliera mal durante el vuelo. Saber que la posibilidad de tener un accidente aéreo es de 1 en 5,4 millones y que esta probabilidad es solo 3 veces menor a ganarse el Baloto, me permitió pasar de “sufrir” la aviación a disfrutar de los enormes beneficios que ofrece y cómo se complementa con el transporte terrestre (sin reemplazarlo). Un debate similar se da hoy con el comercio ante una potencial desaparición del físico por el digital, aunque, al igual que como en el transporte, deben verse como servicios complementarios.
Así como existe la aerofobia, se puede decir que existe la e-fobia, el temor al mundo digital, no por los riesgos que representa, sino por el hecho de ser desconocido. Afortunadamente para el futuro de América Latina, ese “temor” a las compras por Internet en la región se empezó a diluir, tal y como se empieza a diluir el temor al transporte aéreo. Cuando conocemos más, entendemos mejor su funcionamiento y sus beneficios y lo utilizamos con mayor frecuencia, empezamos a disfrutarlo a tal punto que no nos imaginamos la vida sin eso a lo que antes inexplicablemente temíamos.
El 2020 podrá ser el año en que América Latina recibió el impulso que necesitaba para entrar definitivamente al mundo digital, no sólo en el comercio sino en otros sectores, que les permitirán a los países de la región dar un gran salto hacia el desarrollo. Es una oportunidad única que debemos aprovechar y no dejarla pasar como sucedió con la Revolución Industrial en el siglo XIX. Este año debería ser recordado como el año en el que hubo un punto de quiebre hacia la digitalización de la economía latinoamericana.
En 2016, la aerolínea española Iberia celebró los 70 años del primer vuelo comercial entre Europa y América Latina, desde Madrid hacia Buenos Aires. Este hecho marcó un antes y un después en la historia de la aviación latinoamericana, de la misma forma que esperamos que la pandemia del COVID-19 marque un hito en la historia económica de la región, como la condición que provocó una revolución tecnológica que nos obligó a dejar atrás décadas de estancamiento. Es innegable que la situación actual representa un reto enorme para la economía. Sin embargo, sacar provecho de las oportunidades que presenta depende de nosotros y, en el lago plazo, los efectos positivos deberían ser mayor a los negativos.
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