La educación superior, acompañada por las normativas nacionales y propias de la autonomía universitaria, viene desarrollando los procesos de retorno escalonado y paulatino a las sedes de las instituciones de educación superior (IES) en el contexto de esta nueva normalidad que da cuenta de las capacidades de adaptación, resiliencia y respuesta inteligente a las circunstancias de la academia y sus actores —estudiantes, profesores, administrativos y directivos—. educación superior
Hemos acompañado un tiempo, que se percibe largo, de procesos educativos mediados por tecnologías de información y comunicación, que “llegaron para quedarse” en las IES. Ahora nos disponemos a vivir este momento del retorno con el corazón y la razón puestos en la seguridad de los integrantes de la comunidad universitaria, elemento importante de la calidad. En este contexto resulta importante visibilizar a los estudiantes —esto es, nuestros adolescentes, jóvenes y adultos de pregrados y posgrados— que, con resiliencia en la mayoría de los casos, han vivido estos cambios y transformaciones en la manera como se aprenden y se enseñan la ciencia, las disciplinas y los saberes en esta sociedad del conocimiento que avanza, pero al tiempo enfrenta los retos de la incertidumbre y de los límites que esta forma de vida nos ha impuesto.
Aquí emerge con potencia la idea de una formación cuyas dinámicas y movimientos, siempre humanos, nos sitúan en un contexto, en un lugar que nos sobrepasa: la realidad y realidades cambiantes. Estas nos dan forma porque tiene que ver con nosotros, nos implican y, por lo tanto, habitan, tocan, transforman y ponen a la humanidad toda en relación con el mundo de la vida; ese ambiente vital y existencial donde se construye sentido de lo humano, de la VIDA, en este caso desde la categoría de retorno. Esta última habla de regreso; de un nuevo comienzo; de volver a los campus, pero con la mediación de la alternancia, esto es, presencialidad y virtualidad tejidas con una “nueva normalidad”. Es decir, una realidad que, si bien es cierto, es la misma, pero conjugada con nuevas prácticas: el campus —y en él, la circulación del conocimiento— acoge a hombres y mujeres con nuevos comportamientos y prácticas, los de bioseguridad, con opciones por el autocuidado y el cuidado de los demás, y responsabilidades compartidas: entre otras, las que aluden al distanciamiento social que asegura nuestra salud y la del otro.
En este sentido, esta nueva normalidad invita a la autorreflexión, gran característica de la conciencia: ella nos deviene temporales, atentos a las realidades y sus circunstancias, libres en las decisiones que tomamos, resueltos a vivir y hacer de cada momento una respuesta ética y comprometida en la búsqueda del bien común, aun cuando esta pase por asumir múltiples cambios que podemos leer como límites o posibilidades y oportunidades de conservación de la vida, fruto de la sensibilidad que nos habita, el deseo que nos impulsa y la autocreación que nos transforma en mejores seres humanos y mejores estudiantes, profesores, administrativos o directivos, para que nuestro rol – misión dé cuenta de una academia que, además de leer el mundo y sus realidades, las comprende, interpreta e interviene. educación superior
Durante este tiempo de pandemia, la apuesta descrita nos ha permitido construir tejido humano y evolucionar ante la dureza de los cambios inevitables, que a la vez se constituyen en umbrales donde la apuesta por el conocimiento aplicado a la vida se vive en clave de crisis, aventura, pasión y tensión frente a lo adveniente para transformar-nos, mutar-nos, desplazar-nos y gestar-nos como seres humanos coexistentes, solidarios, sensiblemente inteligentes, con nuevos imperativos valóricos y compromisos vitales ante sí mismos, la vida y la historia de una humanidad que hoy afronta el reto de cultivar una cultura superior: rica desde el adentro, inmersa dentro de la historia y la vida, y estéticamente valoral, que defienda la vida en todas sus formas.
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