¿Qué nos mueve? Pensemos en aquellas cosas en la vida que nos ponen voluntaria, entusiasta y comprometidamente en acción. Tenemos una conexión natural con el deporte, ya que nos reafirma que estamos vivos y renueva la convicción para superar desafíos sin importar su magnitud. Mágicamente, su práctica nos puede exprimir hasta la última gota de sudor, y al mismo tiempo nos refresca la energía desde lo más interno; si hay agotamiento, es disfrutable, genera valor.
“El deporte nos enseña y ayuda a ser asertivos, respetuosos, responsables,
coherentes y despierta una de las más efectivas formas de liderazgo”.
La tecnología ha evolucionado; la sociedad y sus hábitos han ido cambiando, mientras las formas de comunicación y relacionamiento se han expandido. Entre tales cambios, se encuentra la mayor velocidad en la que vivimos; si pensamos la vida como un viaje, a mayor velocidad, menor tiempo en recorrer el camino; a mayor velocidad, se pueden experimentar otras sensaciones, como el vértigo y la carga de adrenalina, aunque con la contraprestación de capturar un menor nivel de detalle.
Después de esta vuelta al trote para que tengamos una visión global y contextualizada, acerquémonos más a reflexionar sobre el rol del deporte en nuestra calidad de vida en sus complementarias facetas, desde lo individual a lo laboral (transversal a lo social, el ocio, la pareja).
Ante la siguiente afirmación: “Siempre hay espacio en mi vida para [ ]”, preguntémonos cuánta participación tiene el deporte en ese espacio llamado “nuestra vida”. ¿A qué estamos conectados, de qué nos hemos desconectado?
¿Qué les parece esta rutina?: Me levanto, reviso el móvil, desayuno algo súper light, mientras envío algunos mensajes, salgo rápidamente hacia el ascensor, me subo al auto, conecto el móvil por bluetooth para mantenerme comunicado, llego a la oficina, tomo el ascensor, me dirijo a mi sitio de trabajo, enciendo mi computadora, reviso e-mails, conecto el móvil a la corriente para no “quedarme” sin batería, desarrollo mis tareas laborales y regreso a casa; tras una dura jornada, me siento agotado, particularmente de mis pulgares…
Preguntémonos si en algún momento, llevamos en nuestra mochila de vida, pesadas rocas que hacen lento nuestro andar, dejando escaso o nulo espacio para aquello que nos puede aportar mayor beneficio y mejor-estar. “Es que no hay tiempo y tengo que…”. Efectivamente, hoy en día la tendencia es vernos inmersos en una compleja simultaneidad, donde las fronteras entre instancias y actividades son cada vez más difusas. Dónde está el valor, cuando en algunas ocasiones, nos pasamos a nosotros mismos a segundo plano y nuestro ser queda relegado bajo una pila de “tengos” y “debos”. Si nos brindamos la oportunidad (es gratis) de acercarnos a los “quieros”, probablemente redescubramos la magia de ponernos armónicamente en movimiento.
Así como la buena práctica en cualquier oficio, facilita alcanzar la maestría, la práctica del deporte contribuye a equilibrarnos, desde adentro. Lo mejor del asunto, es que se nota por fuera. El deporte es una de las pocas actividades humanas que permite alcanzar altos niveles de cohesión, integración, solidaridad, confianza, respeto, enfoque, tenacidad, resistencia, consistencia, disciplina y armonía. El deporte constituye un campo fértil para ejercitar y fortalecer el liderazgo responsable; bien sea por medio de la práctica individual o colectiva, se trata de un encuentro cara a cara consigo mismo. Facilita que seamos y nos sintamos parte de algo que vale la pena, de algo que nos mueve, voluntariamente.
Qué pasaría si además de una refrescante y suficiente práctica deportiva, aprovechamos la conexión con el deporte como un modelo que nos permita elevar nuestro desempeño en otras áreas de nuestra vida. Adicionalmente, a mantener “nuestra batería cargada” (y de paso también la del móvil), estaremos afilados y dispuestos a escuchar generosamente, comunicarnos asertivamente y a trabajar colaborativamente para lograr propósitos de forma efectiva.
Imaginemos los dos siguientes escenarios: Nuestra agencia está licitando para obtener una cuenta de publicidad para un cliente muy importante, la fecha de entrega de la propuesta es mañana y aún existen diferencias de fondo entre el equipo creativo, el departamento comercial y los responsables de producción; tales diferencias pueden significar no entregar a tiempo y que la propuesta no satisfaga al cliente. Ahora imaginemos que estamos jugando un partido de baloncesto con amigos del barrio, nuestro equipo está perdiendo y dos de sus miembros están nerviosos y han cometido varios errores que ponen en riesgo poder vencer al oponente. ¿En cuál de los dos escenarios nos sentiríamos más confiados, seguros y tranquilos de expresar nuestros puntos de vista para contribuir a mejorar la situación?. ¿Cómo afrontarlo, qué decir, cuál posición adoptar, cuáles efectos se pueden generar?.
Probablemente, sea más fácil gestionar el conflicto con el equipo del barrio, bien sea porque existe un vínculo y nivel de confianza más fuerte o porque hay menos en riesgo, pero usualmente nos resulta más natural decir a nuestro compañero, ajusta tal o cual parte de tu juego; no siempre ocurre lo mismo en el ámbito laboral y nos toma con mayor prevención y reserva, decirle al jefe del equipo creativo que su idea no contribuye a satisfacer los requerimientos del cliente. Qué tal si imaginamos que el jefe del equipo creativo, hace parte de una visión compartida, de la misma forma que el compañero del equipo de baloncesto en el barrio; lo más seguro es que la comunicación fluya y nos permita enfocarnos colaborativamente en lo que realmente importa.
El deporte nos enseña y ayuda a ser asertivos, respetuosos, responsables, coherentes y despierta una de las más efectivas formas de liderazgo: el liderazgo a través del ejemplo; a partir de ahí estaremos con toda la energía para recorrer ese metro extra que nos permita transformar lo ordinario en extraordinario.
Podemos empezar por prepararnos para ser el campeón de nuestra propia liga, alcanzando pequeñas victorias, a través de las cuales nos acerquemos cada vez más a grandes objetivos. Hay un bono extra: disfrutar el viaje.
Por: Diego Torres Villegas – PMP
Director Ejecutivo ONTITUDE COAC HING CENTER