Mi primera experiencia de trabajo fue en un lugar donde me sentía muy segura, el negocio de mi abuela. Era muy pequeña, quizás no llegaba a los 10 años. Sin embargo, ver a mi abuela, a quien adoraba, tratar con clientes, empleados, proveedores, despertó una curiosidad insaciable por lo que muchos años después pude llamar dinámica empresarial. Por sobre todo, recuerdo que mi abuela hacía feliz a la gente, nada más ni nada menos.
La realidad es que mi abuela corría de atrás al dinero, no le cobraba en tiempo y forma a sus clientes y era también muy generosa con sus vecinos y familia, por lo cual, evidentemente, el resultado de la empresa medido en términos económicos era malísimo.
Sin embargo, no me atrevería a juzgar los logros de mi abuela en términos fríamente económicos, eso nunca le importó. Al contrario, los “mediría” por su maravillosa habilidad para entregarle algo positivo a todos los que interactuaban con ella. Ese era su propósito.
Y eso, que no era más que una sensación para una niña de 10 años, me marcó para toda la vida.
Cuando crecí, la inercia me llevó a estudiar números, planillas, proyecciones. Mis expectativas me llevaron a trabajar en lugares lujosos con puertas de roble. Recuerdo salir con mis compañeros a almorzar en pleno centro de la capital y sentirnos felices, parecía que estábamos en la gran manzana. Éramos importantes, éramos unos ejecutivos.
Después de algunas otras experiencias, y conocer muchos lugares, comencé a sentir que algo me faltaba, me sentía incompleta. Pronto comprendí que necesitaba la adrenalina del negocio de mi abuela de la calle 8 de octubre.
Extrañaba todo
Con esa idea y esa sensación en mente, inicié mi búsqueda de algo distinto. Siempre tuve claro que no iba a durar mucho detrás de un escritorio, y afortunadamente me tocó desarrollar un negocio que desembarcaba en el Uruguay. Contribuí al crecimiento explosivo de un producto que llegaba al mercado.
Conformamos a un gran equipo, abrimos locales en todo el territorio nacional, colocamos góndolas en los centros comerciales que se abrían de un día para el otro. Instalamos y desmontamos stands en supermercados, gasolineras, plazas, ferias y más. La velocidad con la que pasaban las cosas nos mantenía muy activos y la dinámica del trabajo diario nos motivaba intensamente. Éramos líderes del mercado, primeros en ventas. Éramos felices.
Al reflexionar acerca de cuáles fueron las claves del éxito de aquellos tiempos la respuesta es clara: Una vez más, LOS VALORES.
Los valores de la empresa definen el ambiente de trabajo, el espíritu del equipo, el trato al cliente y el compromiso que tenemos todos con los resultados. Marcan el ritmo y la fuerza del motor con el que funcionamos.
En aquel momento, nos hizo sentir exitosos, pero no solo en términos económicos. Sentí que alcanzamos un éxito parecido al de mi abuela: disfrutando de lo que hacíamos y sintiendo que nuestro trabajo tenía un sentido y dejaba una huella.
Qué importante es sentir pasión por lo que hacemos
De mi abuela aprendí mucho, de lo bueno y de lo malo. Tengo muy claro que no alcanza con tener grandes valores y un propósito trascendental, si no se logra administrar los resultados de manera de mantener una salud económica y así poder prosperar en el tiempo.
Sin embargo, para los que integran una empresa, no hay resultado económico que pueda compensar la falta de sentido.
Conecta con BM Latam
Asesoría y servicios empresariales.