Hace unos años, en 1999, durante la tercera Convención de ICG International Consulting Group, realizada en Porto Alegre, Brasil, expuse ante una concurrida asistencia de empresarios locales, que al momento de decidir expandir los negocios locales a mercados extranjeros o implantar negocios en otros países, era imprescindible considerar al menos tres grandes variables que, al mismo tiempo, se constituirán en marcadores de éxito o fracaso. Estas eran: Ética, Información, Ambiente Cultural; de la primera vendría la confianza y fidelidades, de la segunda las decisiones y programas o planes más adecuados y de la tercera, la realidad que se enfrentaría y la recepción del producto, servicio y negocio en general. En esa ocasión, se acercó durante el cocktail posterior un importante empresario para decirme: “Me ha gustado mucho su exposición, muy original, sin embargo, ¡la primera variable la olvidé!”, y se puso a reír.
Aunque ese simpático empresario expresó lo que dijo en modo divertido, su actitud responde a un modo de ser y a una visión del mundo y de la realidad, predominante en la actualidad y desde hace muchos años y también los últimos siglos. Y en cada etapa de desarrollo o cambio político, cultural, científico y tecnológico – por ejemplo, ahora que se anuncia la amenaza o la maravilla de la Inteligencia Artificial (AI) – ese modo se pone a prueba.
¿Por qué puedo decir que esa variable es determinante incluso más que las otras dos que son las mayormente “trabajadas”? Justamente porque local e internacionalmente, innumerables expertos, coaching, institutos de estudios superiores, fundaciones, entidades internacionales, empresas, dedican el mayor esfuerzo a la información, planificación, desarrollo de técnicas, manejo de personal, gestión, un tanto menos lo relativo a conocer la cultura y ambiente humano del lugar al que se quiere ir. En la teoría de las competencias, se ha confiado y se confía, así como en otras más o menos conocidas que dan cuenta de cómo desarrollar ciertas habilidades que finalmente sirvan para el mejor funcionamiento de los mercados. En las últimas décadas, coincidiendo con el fenómeno que en mis libros describo como neo-racionalismo se introduce la consideración de los aspectos más inmateriales, invisibles, subjetivos y sociales, como las llamadas “habilidades blandas”, o la “inteligencia emocional”, o el “relacionamiento humano”. A mi juicio eso se realiza en base a cierta creencia en que el ser humano es un animal como cualquiera otro, con más capacidades desarrolladas que el resto (por lo que se puede aprender del ser humano observando el comportamiento de las ratas) y que su mejor adaptación al mercado laboral o comercial lo hará feliz. Faltaría agregar que, desde la política, tal como es contemporáneamente conocida y vivida, la preparación para el debate, la democracia y “los nuevos” tiempos” le hará feliz. Y no nos hemos cuestionado esas creencias, restándole dignidad y posibilidades a lo propiamente humano. De alguna manera y eso lo saben los padres que han vivido la infancia de sus hijos con suficiente cercanía, que el ser humano llega al mundo con una clara conciencia del bien y el mal, con una inocencia y potencias de imaginación y voluntad sorprendentes. Entender esto es un desafío para la educación, porque de allí surgen las fuerzas que llegan a los mercados, a las sociedades, empresas y gobiernos, que determinarán la paz o la guerra, la virtud o los vicios de la codicia y la envidia.
De acuerdo a mi experiencia y a lo que se puede extraer de los medios y noticias, el quiebre de directorios y de accionistas, la falla en la decisión de elegir a ejecutivos, el fracaso de planes debido a corrupción de los gerentes asesores o representantes, las dificultades con autoridades que fiscalizan localmente, la impotencia ante las arbitrariedades o irracionalidades de la política y de partidos, las dificultades de llevar adelante un plan de negocios o de vida, tienen su eslabón más débil en la condición humana que se debate entre el bien y el mal.
Sostengo que esta variable se ha venido apareciendo como la más complicada de atender, y, al mismo tiempo, en la que finalmente determina éxitos y fracasos de cualquier plan o programa.
Hace falta, y no es una barbaridad decirlo, más filosofía en el campo económico, filosofía en el sentido más clásico y elemental, esa simple actitud humana de saber, de amar aprender, de reflexionar y auto cuestionarse, con la clara comprensión de que, en lo humano, hay dimensiones invisibles que se vinculan a experiencias profundas que dan sentido a la vida humana.
Trabajar en paz, viajar en paz, compartir en paz incluso con adversarios, hacer negocios y lograr riquezas en paz, gestionar empresas y trabajadores en paz requiere de fuerzas extraordinarias en el ser humano, de las que da cuenta la historia.