En estos tiempos las personas se comportan como marcas. Van deprisa, reinventándose todo el tiempo, compitiendo unas con otras, anunciando sus logros, manejando sus fracasos y produciendo más y más y más. Esto las hace siempre estar corriendo, deprisa, apuradas. Comen rápido, conducen rápido, hablan rápido. Su vida ocurre como en esos videos en cámara rápida de los documentales. Y esta velocidad se ve bien, es una de las claves del éxito que los gurús de productividad ondean: “club de las 5am”, “entrenamiento funcional”, “haz tu cama en los primeros 2 minutos del día”
Pero hoy tengo una junta. Y hoy no quiero ser veloz. Porque no tengo prisa, estoy tranquilo y relajado, no tengo ningún asunto que me presione demasiado. Antes de la junta paso por un delicioso café, me gusta ponerle un poco de azúcar sobre la densa capa de espuma de leche y ver cómo se hunde poco a poco, grano a grano, hasta que el café la succiona por completo. Me gustan las figuras que el café humeante deja en el aire, listas para que alguien más las olfatee y le despierte los sentidos. Llegando al edificio, me registro y aunque la persona de la recepción me apresura a leer un código QR para colocar mis datos me tomo mi tiempo. No uso las herramientas del teléfono para autorellenar los campos y terminar más rápido, escribo cada palabra, la leo con calma, estoy presente y consciente de lo que le doy a la máquina.
Mi anfitrión me recibe en la junta, debo presentar uno de nuestros productos de software a más de 20 personas, “¡Hola!, ¿cómo estás?, ¿encontraste tráfico?, ¿quieres café?, derecho esta el baño por si lo necesitas, ¿no?, ok, por aquí es la sala de juntas, ¿traes adaptador para presentar?, ¿necesitas uno?, ¿quieres red?”, el alud de preguntas con el que me sepulta no logra apurarme, camino lento, felinamente, entre las 20 personas que también apuradas esperan la presentación. Y entonces todos comienzan a bajar el ritmo, los hipnotizo con la parsimonia de mis pasos, con el leve rechinido de mi laptop abriéndose, con el “tap tap tap” de algunos botones y con el “tuc” que hace mi vaso al acomodarse en la mesa. Los veo a todos y pareciera que están viendo algo extraño, un alienígena, “¿por qué está tan tranquilo?”, piensan, “¿por qué no está corriendo como todos nosotros?, ¿qué cosa sabe que nosotros no para estar tan tranquilo?”, cavilan, y poco a poco les reveló el contenido de la cuidadosa presentación que he preparado para ellos. Cada diapositiva es como mi llegada, concisa, sin demasiadas letras ni demasiados colores, y son pocas, transcurren tranquilamente pues saben a la perfección el camino. Al final ya nadie corre, ya nadie está apurado. Me agradecen, y mimetizados con mi oleaje se retiran con la información clara que sembré en sus mentes.
Después de algunos días mi cliente me llama y me avisa que el negocio es nuestro y que la presentación les ha encantado a todos “¿cuándo podemos empezar?, ¿me mandas tus datos fiscales?, ¿me mandas tu cuenta?, ¿podemos ya programar la primer junta?”, la trepidante velocidad se apodera de nuevo de mi interlocutor, a lo que solo contesto “despacio que llevo prisa, decía Napoleón”.
Esto me ha costado muchos años de entrenamiento, el saber que solo lo que tienes claro lo puedes decir tranquilo. Y también me ha traído muchos nuevos negocios. Espero que este delicado subterfugio les sea también de utilidad al buscar cerrar un negocio para sus compañías.