El mundo viene en un proceso de transformación y cambios profundos y rápidos. Estamos en medio de una revolución, la llamada cuarta revolución industrial en la que se combinan sistemas digitales y físicos para mejorar la calidad de vida del ser humano. Se está transformando la forma como nos relacionamos, trabajamos, compramos y vivimos. La disrupción afecta a las personas, las familias, las empresas, economías, estructuras de poder, y en general el mundo entero.
Los que nacimos entre los años 50s e inicios de los 80s del siglo pasado apenas estábamos asimilando los cambios vertiginosos que trajo la computación, la informática y las telecomunicaciones y nos encontramos ahora con automatización completa de procesos y actividades, internet de las cosas, iCloud, realidad virtual aumentada, inteligencia artificial, big data, blockchain, impresoras 3D, robots inteligentes, vehículos autónomos, biotecnología, etc.
Este proceso de cambio dejará por fuera del mercado a miles de empresas y millones de empleos que no logren transformarse rápidamente y adaptarse al nuevo mundo. Se crearán igualmente millones de nuevos empleos, con actividades, servicios e industrias nuevas, que serán oportunidades para quienes sean capaces de innovar y adaptarse. Así de sencillo, pero así de cruel. Basta con mirar entre las empresas más grandes del mundo cuáles no existían hace 30 años y cómo muchos de los hombres más ricos del planeta son jóvenes que innovaron y crearon empresas y servicios que no existían hasta hace poco.
Algunas veces nos negamos a aceptar la realidad y nos cuesta trabajo entenderla. Así como fue difícil aceptar que nuestro planeta es redondo, o que éste gira alrededor del sol o aún aceptar que estamos en constante movimiento a velocidades vertiginosas en el espacio, así mismo encontramos muchas personas que no aceptan o les cuesta aceptar los cambios profundos y rápidos que están ocurriendo, y que han afectado, y afectarán mucho más, nuestras vidas, nuestra forma de relacionarnos con los demás, los negocios, la forma de gestionar los mismos, en fin, cambios en nuestros clientes, en la conducta humana, en la economía, en general en todo, lo que claramente es una revolución. En resumen, es un nuevo mundo, y tenemos que entenderlo y adaptar los negocios y empresas rápidamente o estarán en vía de extinción o en grave riesgo de mantener la competitividad y la viabilidad de los mismos.
Claramente el eje fundamental del nuevo mundo no debe ser la tecnología, pero ésta debe ser puesta al servicio de las personas, para generarles bienestar, mejorar su satisfacción, brindarles experiencias excepcionales, hacerles la vida más agradable y fácil, donde la rapidez y la calidad sean la regla. Y ahí es donde la automatización, la digitalización y en general el proceso de transformación digital se vuelve indispensable, no solo para los nativos digitales, sino también para los millennials y aquellos que ya son adultos mayores pero que han adoptado y seguirán adoptando la tecnología y adaptándose al nuevo mundo.
La actividad financiera es una de las industrias y servicios que más rápidamente se están transformando hacia lo digital. Los neobancos o bancos digitales y las Fintech, así como algunos bancos y entidades financieras tradicionales lo han entendido y ofrecen soluciones de manera fácil y rápida para hacer que los servicios financieros se conviertan en una experiencia positiva y muy diferente a la tradicional, donde el papeleo, los requisitos, tiempos de espera, costos y trámites en general eran engorrosos y muchas veces desagradables. Ello ha permitido aumentar los niveles de bancarización y democratizar los servicios financieros, pues las opciones de crédito ya no vienen solamente de entidades tradicionales, sino que hay nuevas formas y alternativas de financiación, tanto para empresas como para las personas.
“Hoy en día un consumidor quiere acceder a financiación inmediata, en línea, desde su celular, para poder pagar una experiencia o un bien o servicio de cuya compra acaba de tomar la decisión.”
La gente ya no quiere créditos con trámites engorrosos y demorados, con exigencias de documentos e información y después de todo recibir dinero para ir a comprar lo que quiere o necesita. Hoy en día un consumidor quiere acceder a financiación inmediata, en línea, desde su celular, para poder pagar una experiencia o un bien o servicio de cuya compra acaba de tomar la decisión. Espera que el conocimiento del cliente lo tenga la empresa y con base algoritmos automáticos, big data y machine learning, entre otros, tome decisiones en segundos, le apruebe el crédito e inmediatamente le pague lo que desea adquirir. El crédito es un medio de pago y el pago debe ser automático y en línea. Así de fácil y rápido, sin papeleo, sin pedirle datos ni información y de manera instantánea. Obviamente hay que cumplir estándares regulatorios, de habeas data, modelos de riesgos y seguridad, entre otros, que la misma tecnología hoy permite hacerlo de manera más efectiva y eficiente.
Hasta la fecha el sector cooperativo y la economía solidaria ha prestado servicios financieros de manera tradicional, pero algunas entidades han empezado procesos de automatización y algunas pocas inician procesos de transformación digital. La mayoría necesita acelerar ese proceso, no solo para mejorar la experiencia de los asociados y clientes, sino para mantener la competitividad y su vigencia en el mercado, ya que si le suman la agilidad, rapidez y calidad que permite la automatización y las comunicaciones a sus diferenciales tradicionales que generalmente son trato especial a asociados y clientes, precios más justos, responsabilidad social, compromiso con la comunidad, valores y principios de beneficio común, entre otros, se convierte en una fórmula ganadora, muy valorada por los nuevos consumidores, y se estarían combinando el mundo digital con el modelo solidario, que se complementan y crean ventajas competitivas frente a otras entidades, pero sobre todo, le genera mayor valor a los asociados y clientes.
La pregunta es: ¿Y dónde están nuestras empresas? Si la respuesta es que todavía están pensando en el cambio, seguro tendrán mucho camino por recorrer, pero deben hacerlo rápido, muy rápido, porque, además, la pandemia que estamos viviendo no ha hecho más que acelerar la necesidad de avanzar en el proceso de transformación digital. El mundo seguirá cambiando, con nosotros, sin nosotros o a pesar nuestro, y eso implica transformación en la forma como vivimos, interactuamos y trabajamos, pero también cambios grandes en los empleos y las empresas.
En la medida en que las empresas de la economía solidaria logren adoptar la tecnología que facilita esta revolución digital con sus ventajas competitivas de dar un trato justo a sus asociados y clientes, hacer gestión con responsabilidad social y de beneficio común, mantener prácticas empresariales y de negocios éticas, basadas en principios y valores, entre otros, indudablemente serán las llamadas a construir un modelo económico y social que ayude a construir ese mundo mejor, a mejorar la calidad de vida de las personas y a alcanzar el éxito. De no hacerlo así, es probable que nos enfrentemos a una gran frustración y estemos frente a una grave amenaza.
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